Pero hay quien además nos mira con el corazón, y entonces nuestro Mundo queda ahí, delante de su vista, sin muros ni filtros. Y en ese momento todo cobra sentido. El tiempo que se para porque se necesita respirar. El pendular estático ha dado paso a la naturaleza que todo lo atrapa. La música que enmudece para poder oír nuestro propio pálpito. Las velas que flotan en el aire, porque necesitamos quitarnos el peso de la gravedad en muchas ocasiones. Las hojas de un árbol que son música para nuestros oídos y que parecen no llegar jamás al suelo, aunque a veces llegan.

Y un caballete sobre el que apoyamos el lienzo de nuestra propia existencia, tratando de que cada instante sea lo suficientemente maravilloso y extraordinario como para poder enmarcarlo en el salón de nuestros recuerdos.

Abrimos, como ven, la caja de los sentimientos para que sean ellos los que hablen por nosotros. Nos miramos al espejo sin tapujos y nos redescubrimos en nuestro propio reflejo, siempre una sorpresa.